martes, 28 de septiembre de 2010

La Pequeña Serenata Nocturna

Habían pasado tres días desde que Wolfgang Amadeus Mozart estaba de mal humor. Su esposa ya no soportaba el sarcasmo en cada palabra.
-Ya no se me ocurre nada más - se decía constantemente cuando se sentaba frente al clavicordio.
Mozart ya no soñaba.
Las hermosas notas ya no viajaban en su mente como solían hacerlo a lo largo del día. La inspiración se alejaba cada vez más de sus partituras. Su música ya no tenía sentido, no tenía alma...
Entró en pánico. Se la pasaba bebiendo en el bar por horas, para aliviar la terrible angustia e impotencia que sentía cada vez que escuchaba lo mal que sonaban sus intentos de melodías.
Su dinero se agotaba conforme su productividad disminuía. Su esposa le rogaba que lo solucionara de inmediato.
Intentó inspirarse en Bach, en Haydn, en sus antiguas y exitosas piezas... ¡nada!
Ya no sabía qué más hacer; las noches eran cada vez más eternas. Sentía que se le olvidaban poco a poco cada una de sus sinfonías y que perdía el talento con los instrumentos musicales. La gente ya no asistía a sus conciertos, y las personas importantes ya no contrataban sus servicios.
Estaba solo.
-Sin inspiración, sin sueños... no soy nadie - se dijo a el mismo una noche en el bar.
Había bebido ya tres tarros de cerveza y una copa de whisky. De pronto, cayó al piso desmayado.
Cuando abrió los ojos, estaba en un jardín fuera de un castillo. Cerca de él se encontraba una joven mujer vestida de blanco y otra de negro, más vieja. También se encontraba un príncipe y varios hombres al rededor. El ambiente le resultaba familiar; entonces Mozart lo supo. Sabía que estaba dentro de su ópera "La flauta mágica", lo sabía.
-¿Será posible? - se dijo.
Ahora lo recordaba todo. Recordaba sus piezas, sus sinfonías, óperas... ¡todo! Por fin había vuelto a soñar después de casi un año de terribles fortunas.
Despertó en el bar, un poco ebrio y se puso tan feliz que besó al cantinero y volvió a casa brincando de emoción y con mil ideas en la cabeza.
Lo que Mozart no sabía, era que, dentro la copa con whisky que había bebido, un señor ya anciano de ojos blancuzcos le puso unas gotas de lo que ahora llamamos melatonina mientras Mozart estaba distraído.
Era lo que necesitaba: una ligera dosis de droga para regular su sueño que había sido invadido por los oompa loompas.

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