martes, 16 de noviembre de 2010

Heterónimo

Amantes, ambos lo son. Pero qué ironía la que estoy leyendo, son dos almas que se han conectado por medio de un lazo casi tan fuerte como el amor, pero que es es su lugar, el miedo. Miedo a ser rechazado en el caso de María José y miedo a la soledad y el vacío constante por parte de Antonio.

Me deprime la idea de que ambos se comprenden; comprenden su dolor. La pasión que comparten ambos, el sentimiento profundo que se expresan mutuamente, es bello, pero deprimente a final de cuentas.

Ya me había tocado ver a María José en una ocasión, y me parecía tan ajena a todo que hasta dudaba de que alguna vez hubiese sentido algo por algo o alguien. Qué equivocado estaba. En cambio a Antonio, yo veía lo maldito de su alma; ese desgraciado, que hasta sentí rabia y compasión por la jorobada que le escribió con tanto sentimiento, con tanto corazón. No se lo merece, nadie se lo merece. Nadie merece un destino tan cruel como el de esa joven, ni tampoco nadie merece el destino que se buscó Antonio. Pero una vez más, algo los une a los dos.

La soledad, el desamor hacia uno mismo, la intensa excitación que sienten al pensar en el otro, son las cosas que comparten estas dos personas y que a la vez los mata. No sé qué más inferir de esto, ya no tengo lágrimas para llorar, y estoy seguro de que ellos tampoco.

Ya sé que llorar no sirve de nada, pero limpia. Y aquí me tienen, también lloré.

viernes, 5 de noviembre de 2010

A Él

Porque me está queriendo con sus ojos,
Me rodea con ellos.
Los clava en mí,
Son perfectos.
Mis palabras
Como una canción no aprendida,
Se van con el polvo,
Me dejan muda.
Cuándo será que me dejes amarte?
Sin sentido digo esto,
Porque persona más lejana
Jamás he conocido.
La locura me acompaña,
Como la sombra a una persona.
Termino este poema;
Las palabras se esfuman.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Ojos de fuego

Y en el último reflejo de tus ojos de sol,
ojos de arenas soleadas,
escucho la ardiente pasión
que de tus labios emana.

Culpo a la insensatez
que fue la que me llevó a adorarte.
Culpo al deseo fogoso
que hace que mis manos
fluyan con la tinta en el papel.

Culpo a la distancia
que me hace querer acercarme sin éxito.
Culpo a la serena quietud
que tus pasos me provocan.
Pero culpo aún más
a este corazón que calla
ante las más propicia oportunidad
de amar y ser amada.

Te culpo a tí, ojos de fuego
que en tu mirada me reflejo
y veo a una mujer
que le escribe a un sueño.

martes, 2 de noviembre de 2010

3 Derechos.

1. Todos tendrán derecho a vestirse de la manera que gusten (incluso desnudo) en lugares públicos. Esto aplica también para puestos políticos y sacerdotes.

2. Los amantes tendrán derecho a demostrar su amor en lugares públicos, así como en lugares sagrados.

3. Tendrán derecho, todos los que quieran, a cambiarse el nombre, sin importar el lugar de origen, pronunciación o burla hacia algún personaje (sean políticos, religiosos o extranjeros).

Lluvia


Las chicharras por fin eran felices. De seguro bailaban en los árboles. Las plantas húmedas y placenteras por el agua que corría por sus cuerpos. Llovía.

Dos niños iban caminando bajo las gotitas que caían diagonalmente, pisoteando los charquitos en las banquetas esperando mojar el uno al otro.

El niño de ojos claros piensa: "Los sueños caen en forma de agua, porque fluyen de manera natural. Son transparentes, porque se dejan ver por su verdadera esencia, sin embargo, algunas gotas son sueños olvidados, cuya ruptura cuando cae al piso, desprende inspiración a aquellos que lloran en sus ventanas mientras ven el paisaje nublado empañar los vidrios."

La niña del vestido azul piensa: "El agua baña mi ser; limpia lo impuro de mi alma. Deja que vea mi aura reflejada en cada gota que se rompe en un segundo, y luego todo vuelve a comenzar. Se puede decir que es un eterno baño que me limpia de todo lo que no soy."

Pero ninguno hablaba. Todo sucedía en sus cabezas.

La lluvia hace que imaginemos en silencio, que escribamos en silencio. Muchas veces, las ideas llegan en una corriente fluida que nos regala la naturaleza en una tarde lluviosa.

domingo, 31 de octubre de 2010

No soy nada - "La Tumba" José Agustín

No soy nada y soy eterno

eterna impotencia oscura.

Voz que se pierde en susurro

alma que almas enluta.

Ojos áridos sin luz,

ojos de obra inconclusa.

Sonrisa nunca advertida

helada sombra de gruta.

Existencia sin razón,

vidas sin olmos ni luna.

Lo hecho nada ha valido,

solo temores y angustias.

El amor está deforme

en lanquidez de la bruma,

el canto ya es canto sordo,

sin matices y sin música.

¿Para qué vivir así

si mis cantos no se escuchan?

¿De qué sirve llorar

si yo he tenido la culpa?

martes, 26 de octubre de 2010

Alaska


Era ya el tercer día desde que comenzó la oscuridad. Mis ataques nerviosos apenas comenzaban. Mis padres ya no tenían para las medicinas, pues todo lo que quedaba, era para la comida de la semana.

Sentía tanta impotencia por tener esa enfermedad. Deseaba con todas mis fuerzas que el sol regresara y todo esto llegara a su fin. Me mortificaba el hecho de que mi familia se preocupaba por mi salud. Pero en Alaska, el sol no regresaría hasta dentro de seis meses; seis eternos meses de angustia, desesperación y agonía.

Mis hermanos tenían que trabajar turnos extra. Mi padre ya estaba viejo, pero sentía un amor muy grande por mí y se dedicó a trabajar como pescador para conseguir dinero para la comida y para mis medicamentos.

En las noches lloraba de enojo, pues sentía que les causaba un peso enorme a todos mis hermanos, a mi papá y a mi mamá. Me sentía inútil. Había veces que los ataques eran tan fuertes y consecutivos, que sentía que no regresaba al presente y que me desvanecía con el temblor de mis huesos. Y pensar que cada segunda mitad del año sucedía esto; una y otra vez.

Llegó el tercer mes, y yo sentía que no podía más. Quería morir de una vez por todas. Ya no quería ver la cara de preocupación de mi madre todos los días que me iba a inyectar la medicina en mi antebrazo. Tampoco quería ver sufrir a mis hermanos en el trabajo; y mucho menos ver a mi padre llegar todos los días agotado hasta morir.

Pasó otro mes y decidí hacerlo. Desconecté la manguera de mi antebrazo, y dejé que sangrara. Un par de horas después llegó mi madre y me vio inerte. Ya no iba a ser un peso más para ellos.

Una luz a lo lejos

En lo personal no me siento atraída por las personas y sus tradiciones, la verdad es que me enferman. No entiendo cómo es posible que después de tantos años se siga celebrando algo tan mundano como esto.

Sí, lo sé. Honran a sus antepasados y todo eso, pero ¿cómo saben si de verdad lo hacen por pura rutina? Todo eso de poner la ofrenda para los difuntos, no se me hace lógico. Es decir, si yo estuviera muerta, no me gustaría que me pusieran todas esas cosas en una mesa para que después se las terminen comiendo. Lo único que haría ese hecho es enfadarme en mi frío lecho de muerte. Se supone que ya estoy muerta, ¿no? Para qué ponerle comida a un espectro. ¿Qué, a poco esperan que de verdad se les aparezca y comience a tragar todos los dulces y panes de la mesa? Te aseguro que cuando pase eso, a todos les dará un susto tan grande, que se darán cuenta de la estupidez que han estado haciendo todos esos años.

En fin, todo comenzó ese día tan raro, donde el aroma del ambiente era de tequila y azúcar. Una muy extraña combinación, pero bueno, las calles estaban llenas de restos de flores de cempasúchil y la gente, apresurada, acomodaba lo último de sus ofrendas. Se estaban preparando para cuando la gente llegase a observar cada una de ellas. Se me hacía aburrido todo eso de ir de casa en casa viendo fotografías viejas y sólo por la intención de ir a comer algo de lo que habían guisado las señoras durante toda la mañana y parte de la tarde. Qué hipocresía! Esa gente me deprime.


Pero volviendo al tema de las ofrendas, estaba esta señora que había puesto su mesa fuera de su casa, bastante humilde para ser sincera. Entonces yo me acerqué a la anciana mujer y ella me ofreció un plato con un pan de muerto y un vaso de chocolate. Por un momento, sentí paz. El semblante de la mujer, en contraste con el cariño que le dedicó a su altar y el sabor de la comida digna de esta tierra, me hizo sentir como en casa. Observé la vela que colocó al lado de la fotografía de su marido muerto. Luego, se apagó.

viernes, 22 de octubre de 2010

En trance mortal


Había esperado ya varios días hasta que por fin me llamaron. Ya era hora de mi audiencia con la muerte.

Mis familiares me habían dicho que no fuera a hablar con ella, pues temían de que ya no volviera. Supersticiosos; había sido mi sueño desde que era pequeño: hablar con la muerte que ha sido y sigue siendo la razón de temor más grande entre los mortales.

Me vestí elegante, nada muy ostentoso. Me puse la colonia de mi padre, para no lucir tan novato y me fui a esperar abajo en la sala, donde se supone que mandarían al hereje que me conduciría a la muerte por medio de una meditación.

El viejo llegó y se acomodó en la sala y comenzó a humearme con un incienso que apestaba a plantas quemadas y comenzó a rezar en latín o algún dialecto muy extraño. El punto era que después me comenzó a decir una serie de instrucciones que debía hacer con los ojos cerrados.

De pronto me sentí en un lugar frío, el semblante me pesaba. La bruma era densa y el simple hecho de estar ahí me deprimía. No sé cómo era eso posible, pero me deprimía de modo que deseaba ser todo menos un ser mortal que siente. Así es, quería morir de inmediato.

A lo lejos la vi, tenía este atuendo muy peculiar, nada parecido a los que describen las personas. Más bien parecía un traje estilo de Elton John muy entallado, ya se imaginarán cómo se veía. Se acercó un poco a mí y me puse nervioso.

En ese instante me acordé que había hecho una lista de las preguntas que había venido a hacerle. Las preguntas que siempre quise que me respondieran. Saqué la hoja, pero al momento de pronunciar la primera palabra, ella me interrumpe diciendo:

-Todas las preguntas que tienes ahí son inútiles, no tienes por qué saberlas. - dijo. Su voz sonaba como la de un transformer combinado con la de un señor de unos sesenta y ocho años aproximadamente, uno más bien enfermo de la garganta.

-Oh, entonces, ya no sé qué más decir - le dije monótonamente. De veras que me sentía deprimido en ese lugar.

- Te puedes marchar, entonces. - dijo, y luego se alejó hasta perderse en el fondo del lugar que nunca pude identificar. Después de un rato le grité, justo antes de desaparecer:

-Faltará mucho para que muera? - La muerte se volvió y mostró con su mano extendida todos sus dedos; luego se giró y se perdió para siempre. Mi piel se erizó de pies a cabeza. Nunca supe el significado de aquello.

martes, 12 de octubre de 2010

Soplidos

Con un soplido y un deseo se forma una burbuja. Pasea por los cielos, deseando ser vista. Pero cuando su frágil ser es tocado, el deseo se disipa por los aires creando un sentimiento de querer volver a soplar.

Haiku

El viento cuenta
Unos vagos secretos
Callado escuchas

Palabras...


Nacen al ser pronunciadas,

Y mueren al mismo tiempo.

Sonidos, símbolos que pueden halagar

De igual manera que pueden destruir.

Transforman una insípida idea

En una imagen de mil sabores.

Se esfuman cual polvo de hadas en el bosque,

Pero hay unas que se impregnan

Como el olor de un buen cigarro en la ropa.

viernes, 8 de octubre de 2010

Azul

Sutil como una pluma; inmenso si te le quedas observando mucho tiempo.
Como un jalón de cabello cuando es muy chillante, pero cuando los ojos se acostumbran, es una dosis de droga que satisface mis sentidos.
Transmite paz para unos, a otros tristeza. Yo digo que es infinito; algo que se escapa si no lo agarras con fuerza.
Una señal de que aún existe algo más allá.

Querido...


Ángel:

Apúrate, que Dios te está esperando.

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Demonio:

Se la creyó. Ya va para allá.

Profecía del 2067

Señor Presidente de los Estados Unidos.

Es mi deber informarle acerca de algo que le incumbe, ya sé que me tomará como una loca más solicitando su atención, pero me temo que el caos acaba de comenzar.
Mucho humo. Un poco de ácido... nada grave.
Los números no fallan, estoy segura de que será ese año, lo sé. 2067, lo he confirmado con la posición de los astros según las estadísticas de los físicos; para entonces ya estarán en posición los planetas y se hará la colisión.
Además ya varios OVNIS pasaron por la Tierra dejando esas noticias en los campos de maíz... Ingenuos, ¿qué no saben que no habemos muchas personas que los vemos? Claro que lo saben, por eso lo hacen.
Calculo que seremos unos 23,000. Se me hacen las personas suficientes para comenzar de nuevo, más aún si son personas que valgan la pena.
Cada día una catástrofe nueva. Cuando eso suceda, recordaremos ese libro que tantos negaron y que muchos otros alabaron... sí, ese libro que tiene diferentes nombres para cada asociación de crédulos, perdón, cada religión.
Atlántida resurgirá, claro. También las pirámides que se encuentran debajo de algunas iglesias. Ya habrán pasado varias guerras, epidemias y otras cosas que habrán hecho de la raza humana una especie más resistente que la cucaracha. Cosa que si estuvieran algunos científicos de otras eras vieran, nunca lo hubieran imaginado. Así es, la raza humana será entonces de las más poderosas de la galaxia.
Habrá guerras intergalácticas, por supuesto, pero eso será en los últimos años, cuando la Tierra ya se esté desintegrando por el ácido que desprenderá el Sol que se irá haciendo más y más pequeño.
Ya sé, ya sé, yo también creía en los mayas. Eso de ascender a otro nivel de consciencia y de comenzar desde cero en un mundo hermoso sin materialismo, pero mis visiones no fallan y estoy segura de que volveremos a empezar en algo así como una matrix más futurista alimentándonos como si fuésemos una especie de androides con forma de humanos mejorados.

Sin más que decir, querido presidente, espero que su gobierno por fin saque a la luz esos documentos que tanto tiempo ha tenido escondido. Usted sabe de lo que hablo.

Atentamente
Profeta anónima.

Epitafio

Aquí yace una mujer con complejo de navaja suiza. Melómana de corazón, amiga y consejera.

jueves, 7 de octubre de 2010

Vino de Magnolias

Cuenta la luna, que me pidió que divulgara, la historia de una mujer cuyo conocimiento, no salía más allá del horizonte. Se llamaba Rubí.

Pocos sabían de ella, pero la luna, la conocía mejor de lo que creía. Decía que salía de su casa a tomar el té en una mesita de madera carcomida; ella siempre elegante, como si esperara a alguien en especial.

Los lunes colocaba una cruz muy extraña fuera de su puerta, pues creía que eso asustaba a los corredores de bienes raíces. ¿Por qué? No tengo idea. Algunos creen que era porque no le gustaba el protocolo de plática que llevaban.

Pero había algo más peculiar en Rubí, y sucedía los miércoles. Las personas la veían pasar por las calles del mercado con prendas negras al estilo del siglo pasado, con un ramo de flores junto con una botella de vino y una copa.

Las mujeres no le calculaban más de treinta y sin embargo, suponían que iba a visitar a su esposo difunto al panteón. Otras no creían que fuera viuda, es más, no imaginaban siquiera que se hubiese casado, a pesar de su extraña belleza que algunos afirmaban. Otros suponían que iba a tomar fuerzas demoníacas porque la tachaban de hereje por tener una gata negra siempre fuera de su puerta. Los niños decían que iba a ofrecerle vino a los muertos para pasar el rato, ya que no tenía amigos.

La verdad era que Rubí le iba a dejar flores y vino a un hombre que en un tiempo atrás era un escritor. Iba todos los miércoles del mes. La oscura razón por la que la bella Rubí se vestía de luto a dejarle flores y licor a Ernesto, su (ex) tutor de literatura, era porque una semana antes de fallecer, le había prometido que la próxima sesión de literatura le traería su libro de vuelta; un libro que Rubí le había prestado meses atrás.

¡Ay Rubí! Tan materialista; no se le ocurrió jamás que Ernesto la amaba, por su peculiaridad en la escritura y su risa graciosa que sonaba ronca. Pero Rubí no suponía más de el que su simple tutor de literatura, cuyo deber era el de instruirla.

No conocía el amor; no conocía el dolor. Solamente sabía que debía regresar en algún momento, pues nadie duerme para siempre.

-Pero, ¿por qué en el cementerio?, ¿qué no es obvio que ahí habitan los muertos? – pregunté.

Pues es que hace tiempo el Padre Eugenio le había dicho que era el momento de que comenzara su descanso en el cementerio. Entonces Rubí creyó que Ernesto no demoraría mucho, sin embargo, veía que todos vestían de negro en ese lugar y traían flores que colocaban en aquellas piedras, entonces los imitó, y además trajo consigo vino, supongo que para ser original. Desde entonces, Rubí va a visitar la tumba de Ernesto cada miércoles, siempre esperando que por fin le devuelva su libro, mientras que por su ingenua cabeza jamás pasara la palabra matrimonio.

martes, 5 de octubre de 2010

Amanecer


Me provoca calor. Los rojos con los amarillos se juntan en el medio dando un tono naranja como el del árbol de naranjas de la vecina de al lado.
Mis ojos parecen un pincel fluido de un artista de Paris en primavera, dibujando las ondulaciones azules de hasta arriba, como olas en el cielo. Los árboles adornan las esquinas y el sol se va elevando, haciendo que los tonos rojos giren en espiral hasta volverse en ese tono azul violáceo que me recuerda a mi bufanda de noviembre.
Ya amaneció y el sol brilla con una luz cegadora, que muchos dicen amarilla, otros blanca, pero de todos modos, calienta. A lo lejos, el mar que se va iluminando y poco a poco deja ver sus esplendores de mil azules que nos trae cada día, a la misma hora.

Excusas, excusas...

Alejandro ya se había hartado de escucharme y comenzó a evitarme hace unos días. Le había contado todo acerca de ella, mi amada, mi musa... desde el primer instante que me miró en la entrada de la escuela, cuando me fue a preguntar hacia dónde eran su salón de matemáticas, hasta la última tarde que nos cruzamos por la biblioteca y me sonrió porque se había tropezado con una botella de plástico hace dos días.

Gabriela se había vuelto mi primer pensamiento por la mañana y el último de la noche; no sacaba su apariencia esbelta y uniforme de curvas bien formadas y de piel bronceada, que al contraste con sus dientes, blancos como la nieve, resaltaba su color dorado cuando se acercaba al sol. Su olor inconfundible, su risa y su voz aguda como la de una niña de doce, se habían vuelto un método de localización instantánea en el momento que estaba cerca.

Muchas veces intenté hacer conversación con ella, preguntarle cómo está, decirle lo hermosa que lucía con su peinado repetido... cualquier cosa que se me viniera a la cabeza en ese momento, pero sabía muy bien que al momento que quisiera decírselo, no iba a poder hacerlo, pues con tan solo verla, mi voz se hacía débil y las únicas palabras que salían de mi, eran las frases comunes de cortesía.

Intenté hacerme amigo de sus amigas, pregunté acerca de ella a sus profesores, traté de investigar en dónde se encontraba y a qué horas para "casualmente" encontrarme con ella y nos saludáramos... pero eso no era suficiente para mi.

Hablé de esto con mis amigos, a los que ya tenía hartos. Me decían que fuera por ella, pero siempre tenía excusas para no atreverme de una vez. Muchas veces intentaron animarme con decirme que había varios muchachos detrás de ella aparte de mi, pero me inundaba un miedo terrible del rechazo voraz de una dulce mujercita que me inspiraba tanto amor y ternura con una mirada.

Mi tiempo se agota, y mis esperanzas con él. Ensayé durante días una conversación imaginaria que tuve con mi hermana, y me siento cada vez más listo para dar el golpe final: declararle mi amor el día de su cumpleaños. Ya me veo a mi mismo diciéndole lo mucho que espero que me acepte, de lo mucho que la deseo todas las noches junto a mi... pero aún falta un poco, mientras tanto, seguiré ensayando.

viernes, 1 de octubre de 2010

Jacaranda


Ondulaciones interminables
Dibujan el mapa de su vida;
Terminando en una corona
Delicada como las mariposas.

Obstáculo es placer

Me estremezco de emoción de sólo pensar en cómo disfruto mi trabajo.
Fácil, divertido... malvado. Lo más maravilloso es que lo único que tengo que hacer, es estar presente. Son como vacaciones dentro de un cuerpo.
Mi lugar favorito es la cabeza; la vista es muy bonita desde allí. Ah, claro, pero qué descortés, mi nombre es Dolor. Sí, Dolor; el dolor de todos lados, desde la punta de los pies, hasta el último centímetro de cuero cabelludo.
Mi magnitud depende de muchas cosas. Hay veces que puedo ser un obstáculo enorme si me ponen de mal humor. Otras veces suelo aparecerme en el momento más inesperado e inoportuno, cosa que me causa mucha diversión.
Me causa un implacable placer cuando escucho los gritos de los humanos al querer desaparecerme con intentos inútiles al presionar con fuerza el lugar donde me encuentro. Pero, ah, pobre de mí cuando me enfrento a mis enemigos: los antibióticos. Maldita sea la hora en que esa atrocidad pisó este mundo, porque cuando me llega mi momento, me hundo en un horrible agujero de soledad, donde me esfumo para siempre... o al menos eso es lo que creen.

miércoles, 29 de septiembre de 2010

El pan está servido


Hace mucho tiempo vivía un hombre llamado Pedro Alonso Núñez que decían que era un hombre avaro y sin sentimientos. Era un hombre con un pasado oscuro y un eterno odio a todo ser viviente que se le cruzara en su camino; nadie sabía por qué.

Una noche de octubre, cuando la luna sufrió una fase extraña que jamás se había visto en la historia de la Tierra, la ciudad completa se llenó de polvo lunar que se esparció por el planeta. Esto hizo que los espectros del inframundo se saliesen de sus tumbas furiosos.

Tenían que hacer algo para poder liberarse y regresar a su acogedor infierno de mil flamas, pero necesitaban un sacrificio humano. Entonces decidieron entre los humanos a uno al que pudieran sacrificar. Necesitaban a alguien que no les importara perder al resto de los humanos.

Ese alguien, era Pedro. ¿Por qué? Muy simple, a él le daba igual lo que le sucediera, estaba seco y vacío; le parecía indiferente la idea de morir o vivir. Ser humano era sólo una fase sin importancia para Pedro Alonso.

Como a todos los demonios y espectros les pareció buena alternativa, fueron con el Dios del Universo, el que controla toda la actividad en el plano dimensional de la Vía Láctea a ofrecerle su sacrificio humano con tal de que les devolvieran su precioso infierno de nuevo.

Dios les dijo que debían sacrificar a Pedro transformándolo en aquella masa de almidón blanco que los seres humanos suelen comer en las comidas, pues ya estaba harto de escuchar sus escandalosos alaridos cada vez que era tiempo de cortarlos con el cuchillo. Al fin y al cabo, Pedro no sentía nada, y pensó que un simple y vil cuchillo no sería una molestia para él.

Los demonios lo transformaron, y desde ese instante, Pedro Alonso Núñez, sería la nueva imagen de la masa de almidón blanco, a la que Dios llamó PAN por las iniciales de Pedro.

Gracias a esto, los panes de las generaciones siguientes heredaron tal insensibilidad que ya nunca más se escuchó de que un pan haya gritado de dolor al pasar por el un cuchillo a la hora del almuerzo.

Diario de una sombrilla

15 de septiembre de 1984:

Parecía que Mandy tenía una fiesta la noche anterior, pues se había puesto su vestido azul con las flores deformes que tanto le gustaba.
Habían comenzado las lluvias hace poco y decidió llevarme a mí esa noche, ya que era más acercado al color azul grisáceo de su vestido que mis otros amigos paraguas dentro del baúl donde nos mantenía custodiados.
Salimos y la lluvia era tranquila. Cuando llegamos a la casa de su amiga Karen Villaseñor, una jovencita rica, del tipo de personas con las que alguien como Mandy le gusta juntarse, me colgó junto a la mesa del florero persa.
Desde ahí veía a los amigos de Mandy reir, beber y charlar. Parecía divertido, pero yo tenía otros intereses.
Me limité a mirar el florero. Tenía unos alcatraces. Al fondo del pasillo, había una puerta muy peculiar; a esa puerta he querido entrar desde la primera vez que visité la casa de los Villaseñor. La puerta era vieja con un cerrojo antiguo. Pero inmóvil, solo continuaba mi deseo.
De seguro jamás se cumplirá, pues para ella, Mandy, no soy más que un simple ornamento que le sirve para cubrirse su delicada piel que sus amigas tanto envidian...
En fin, supongo que me conformo con aquél florero persa.

Ninlil

Si el sol perdona a las nubes, ¿por qué ellas no han de perdonarme a mi?
No suelo causar grandes cosas cuando estoy de buen humor. Me paseo ligeramente a través de las dimensiones de este universo. Algunas veces causando placer a aquellos humanos agotados después de haber pasado un momento de bochorno bajo el sol.
Todo es más ligero acá arriba, aunque hay veces que los tiempos me hacen viajar a diferentes velocidades según el lugar donde esté flotando.
Madre Naturaleza me indica cuándo y dónde debo estar, y qué tan fuerte he de soplar. Pero hay veces en que la corriente es tan fluida que yo misma se hacia qué dirección ir. Incluso suelo viajar en círculos interminables que me causan, en lo personal, mucha diversión. Huracán, me llaman.
En los lugares más solos he de estar, donde solo mi silbido resuene entre el silencio. Aunque sea solo una brisa corta.
Es como estar desnuda bailando entre la gente, pasando por los rincones más escondidos. Un escurridizo movimiento que orienta a los más sabios. Una pequeña señal de que todavía se puede volar.

martes, 28 de septiembre de 2010

La culpa sabía a miel

-Tan mal estuvo? - pregunté.
-Sí, apenas puede hablar por el dolor - contestó Alicia.
-Excelente - pensé.
Y así terminaba mi larga marcha por satisfacer mi hambre de sufrimiento ajeno. Sabía a miel.
Había comenzado el mes pasado, cuando la pubertad se convirtió en una excusa para todo. Yo estaba sentada en el piso del gimnasio, agotada y sin aliento, cuando veo a un joven que dejó olvidada su mochila con sus pertenencias. Iba a decirle, pero se me hizo más fácil quedarme con el botín.
Al llegar a casa, reviso lo que hay. Era ropa, unos tennis, un cuaderno y una cartera. Abrí la cartera y revisé lo que tenía: unos cuantos billetes y una credencial con el nombre de Alan Landeros. Guardé el dinero en mi bolsillo y dejé todo lo demás regado por ahí.
Al día siguiente fui a la tienda por algo de beber. Pagué con el dinero que robé y sentí algo de culpa. Culpa porque de inmediato imaginé que ese tal Alan debió preocuparse al no ver su mochila con él ese día en la mañana. Pensé que tal vez, solo tal vez, Alan Landeros de verdad apreciaba aquellos tennis.
Mi cabeza ya se había llenado de suposiciones absurdas y preocupaciones alterantes que, según yo, debió haber tenido ese muchacho. De pronto, como si un periódico me hubiera abofeteado la cara, me llegó una respuesta a mis suposiciones: Y si no? Y si Alan Landeros nunca se dio cuenta? Y si tiene más dinero y otro par de tenis?
Sonreí ante tal conclusión y decidí que no debería suponer de tal manera nunca más.
Decidí entrar de nuevo a la tienda y comprar unos cigarros. ¡Qué bien se sentía dejar a un lado ese asqueroso sentimiento!
Continué mi semana haciendo maldades ilimitadas sin hacerle caso a la estúpida voz que me decía que parase.
La malicia era mi aliada. Decidí mentirle tanto a mis padres, que ya hasta sentía que me mentía a mi misma. Ya no sentía remordimiento; todo era tan placentero.
Engañaba a niños con terribles historias que les impidiera dormir y que temblaran con solo verme. Mataba gatos, haciéndolos sufrir en cada delicioso golpe de violencia. Robaba a todo inútil que me resultara vulnerable... Era una persona horrible, sin sentimientos, solo placer por el mal.
Sin embargo, la culpa se acumulaba... aquella culpa que dejé olvidada. Ya no la veía, ya no la escuchaba. El placer me cegaba.
Mi última y terrible hazaña fue con una niña llamada Sofía. Pobre niña, era tan ingenua. Le había dicho que existían las hadas a la orilla de la barranca; y una tarde, la llevé allí a que se asomara. Ella cayó. Se fracturó muchos huesos, no recuerdo cuántos ¡Qué divertido fue!
Pero pronto fui sintiendo que ya nada me causaba placer. El salirme con la mía ya no sabía rico. Era insípido.
Decidí que ya no valía la pena si no me causaba emoción; entonces decidí parar y seguir mi vida sin emociones el resto de mis días. Ya estaba seca.

La Pequeña Serenata Nocturna

Habían pasado tres días desde que Wolfgang Amadeus Mozart estaba de mal humor. Su esposa ya no soportaba el sarcasmo en cada palabra.
-Ya no se me ocurre nada más - se decía constantemente cuando se sentaba frente al clavicordio.
Mozart ya no soñaba.
Las hermosas notas ya no viajaban en su mente como solían hacerlo a lo largo del día. La inspiración se alejaba cada vez más de sus partituras. Su música ya no tenía sentido, no tenía alma...
Entró en pánico. Se la pasaba bebiendo en el bar por horas, para aliviar la terrible angustia e impotencia que sentía cada vez que escuchaba lo mal que sonaban sus intentos de melodías.
Su dinero se agotaba conforme su productividad disminuía. Su esposa le rogaba que lo solucionara de inmediato.
Intentó inspirarse en Bach, en Haydn, en sus antiguas y exitosas piezas... ¡nada!
Ya no sabía qué más hacer; las noches eran cada vez más eternas. Sentía que se le olvidaban poco a poco cada una de sus sinfonías y que perdía el talento con los instrumentos musicales. La gente ya no asistía a sus conciertos, y las personas importantes ya no contrataban sus servicios.
Estaba solo.
-Sin inspiración, sin sueños... no soy nadie - se dijo a el mismo una noche en el bar.
Había bebido ya tres tarros de cerveza y una copa de whisky. De pronto, cayó al piso desmayado.
Cuando abrió los ojos, estaba en un jardín fuera de un castillo. Cerca de él se encontraba una joven mujer vestida de blanco y otra de negro, más vieja. También se encontraba un príncipe y varios hombres al rededor. El ambiente le resultaba familiar; entonces Mozart lo supo. Sabía que estaba dentro de su ópera "La flauta mágica", lo sabía.
-¿Será posible? - se dijo.
Ahora lo recordaba todo. Recordaba sus piezas, sus sinfonías, óperas... ¡todo! Por fin había vuelto a soñar después de casi un año de terribles fortunas.
Despertó en el bar, un poco ebrio y se puso tan feliz que besó al cantinero y volvió a casa brincando de emoción y con mil ideas en la cabeza.
Lo que Mozart no sabía, era que, dentro la copa con whisky que había bebido, un señor ya anciano de ojos blancuzcos le puso unas gotas de lo que ahora llamamos melatonina mientras Mozart estaba distraído.
Era lo que necesitaba: una ligera dosis de droga para regular su sueño que había sido invadido por los oompa loompas.

La infancia

No medíamos el tiempo. simplemente llegaba. como un avioncito de papel desviado.
Se escuchaba distante, aquel sonidito inconfundible que nunca se puede olvidar. Poquito a poco se acercaba y yo muy lista estaba. Lo tenía en mi mente, ya sabía qué iba a pedir. Sabor a chocolate con chispas y un cono de galleta crujiente. Vivirlo en ese momento era más emocionante, aunque aún lo puedo saborear.
El sonido sigue siendo familiar. Lo suelo escuchar de vez en cuando, cerca de mi casa. Y manejándolo el mismo vendedor que siempre sonreía cuando me pasaba mi cono de helado tan sabroso.
Aquellos días de ferias con olor a palomitas que llaman a mi puerta cada vez que veo mis libros para colorear con mi nombre. Letras grandes y torcidas. Llenas de energía inocente con ganas de jugar una vez más con el amigo imaginario fiel que había creado.

viernes, 24 de septiembre de 2010

Funeral a Salvador

Su piel gélida y perfecta había sido tallada por Jeohvah mismo con el agua sagrada que portaba en su copa que había sido congelada años atrás.

De cabello rizado y ojos amarillos como de felino salvaje y una sonrisa que incluso envidiaba Afrodita, Salvador era mi ángel, amigo y consejero.

Sus alas imponentes, llenas de poder en cada aleteo, me hacían sentir que era un guerrero enviado por Gabriel.

Su piel traslúcida, perfecta. Me asustaba tocarlo por temor a romperle. Pero bajo esa capa de hielo, había un alma firme y llena de color.

Pero tanta cualidad no fue suficiente para mis temores contra los que luchaba. Ya habían sido demasiadas pesadillas desde el verano pasado, y yo ya sabía que no duraría mucho. Y una noche, pasó. Me encontraba sudando frío, de nuevo por la pesadilla nocturna, pero en esta ocasión, despierté y ví a Salvador en pedazos. Mi ángel estaba roto.

Todas mis esperanzas de volver a ser feliz, repartidas en cada trozo de hielo de mi cuarto. Los junté todos, pero al tocarlos, se derritieron en pequeñas gotas que ascendían en espiral de nuevo al Edén y regresaban a aquella copa de donde había salido.

Todo había acabado. Me senté a llorar sin consuelo y a lo lejos se escuchaba Greensleeves en mi cajita musical. La canción que tarareaba para mí desde que era pequeña.