domingo, 31 de octubre de 2010

No soy nada - "La Tumba" José Agustín

No soy nada y soy eterno

eterna impotencia oscura.

Voz que se pierde en susurro

alma que almas enluta.

Ojos áridos sin luz,

ojos de obra inconclusa.

Sonrisa nunca advertida

helada sombra de gruta.

Existencia sin razón,

vidas sin olmos ni luna.

Lo hecho nada ha valido,

solo temores y angustias.

El amor está deforme

en lanquidez de la bruma,

el canto ya es canto sordo,

sin matices y sin música.

¿Para qué vivir así

si mis cantos no se escuchan?

¿De qué sirve llorar

si yo he tenido la culpa?

martes, 26 de octubre de 2010

Alaska


Era ya el tercer día desde que comenzó la oscuridad. Mis ataques nerviosos apenas comenzaban. Mis padres ya no tenían para las medicinas, pues todo lo que quedaba, era para la comida de la semana.

Sentía tanta impotencia por tener esa enfermedad. Deseaba con todas mis fuerzas que el sol regresara y todo esto llegara a su fin. Me mortificaba el hecho de que mi familia se preocupaba por mi salud. Pero en Alaska, el sol no regresaría hasta dentro de seis meses; seis eternos meses de angustia, desesperación y agonía.

Mis hermanos tenían que trabajar turnos extra. Mi padre ya estaba viejo, pero sentía un amor muy grande por mí y se dedicó a trabajar como pescador para conseguir dinero para la comida y para mis medicamentos.

En las noches lloraba de enojo, pues sentía que les causaba un peso enorme a todos mis hermanos, a mi papá y a mi mamá. Me sentía inútil. Había veces que los ataques eran tan fuertes y consecutivos, que sentía que no regresaba al presente y que me desvanecía con el temblor de mis huesos. Y pensar que cada segunda mitad del año sucedía esto; una y otra vez.

Llegó el tercer mes, y yo sentía que no podía más. Quería morir de una vez por todas. Ya no quería ver la cara de preocupación de mi madre todos los días que me iba a inyectar la medicina en mi antebrazo. Tampoco quería ver sufrir a mis hermanos en el trabajo; y mucho menos ver a mi padre llegar todos los días agotado hasta morir.

Pasó otro mes y decidí hacerlo. Desconecté la manguera de mi antebrazo, y dejé que sangrara. Un par de horas después llegó mi madre y me vio inerte. Ya no iba a ser un peso más para ellos.

Una luz a lo lejos

En lo personal no me siento atraída por las personas y sus tradiciones, la verdad es que me enferman. No entiendo cómo es posible que después de tantos años se siga celebrando algo tan mundano como esto.

Sí, lo sé. Honran a sus antepasados y todo eso, pero ¿cómo saben si de verdad lo hacen por pura rutina? Todo eso de poner la ofrenda para los difuntos, no se me hace lógico. Es decir, si yo estuviera muerta, no me gustaría que me pusieran todas esas cosas en una mesa para que después se las terminen comiendo. Lo único que haría ese hecho es enfadarme en mi frío lecho de muerte. Se supone que ya estoy muerta, ¿no? Para qué ponerle comida a un espectro. ¿Qué, a poco esperan que de verdad se les aparezca y comience a tragar todos los dulces y panes de la mesa? Te aseguro que cuando pase eso, a todos les dará un susto tan grande, que se darán cuenta de la estupidez que han estado haciendo todos esos años.

En fin, todo comenzó ese día tan raro, donde el aroma del ambiente era de tequila y azúcar. Una muy extraña combinación, pero bueno, las calles estaban llenas de restos de flores de cempasúchil y la gente, apresurada, acomodaba lo último de sus ofrendas. Se estaban preparando para cuando la gente llegase a observar cada una de ellas. Se me hacía aburrido todo eso de ir de casa en casa viendo fotografías viejas y sólo por la intención de ir a comer algo de lo que habían guisado las señoras durante toda la mañana y parte de la tarde. Qué hipocresía! Esa gente me deprime.


Pero volviendo al tema de las ofrendas, estaba esta señora que había puesto su mesa fuera de su casa, bastante humilde para ser sincera. Entonces yo me acerqué a la anciana mujer y ella me ofreció un plato con un pan de muerto y un vaso de chocolate. Por un momento, sentí paz. El semblante de la mujer, en contraste con el cariño que le dedicó a su altar y el sabor de la comida digna de esta tierra, me hizo sentir como en casa. Observé la vela que colocó al lado de la fotografía de su marido muerto. Luego, se apagó.

viernes, 22 de octubre de 2010

En trance mortal


Había esperado ya varios días hasta que por fin me llamaron. Ya era hora de mi audiencia con la muerte.

Mis familiares me habían dicho que no fuera a hablar con ella, pues temían de que ya no volviera. Supersticiosos; había sido mi sueño desde que era pequeño: hablar con la muerte que ha sido y sigue siendo la razón de temor más grande entre los mortales.

Me vestí elegante, nada muy ostentoso. Me puse la colonia de mi padre, para no lucir tan novato y me fui a esperar abajo en la sala, donde se supone que mandarían al hereje que me conduciría a la muerte por medio de una meditación.

El viejo llegó y se acomodó en la sala y comenzó a humearme con un incienso que apestaba a plantas quemadas y comenzó a rezar en latín o algún dialecto muy extraño. El punto era que después me comenzó a decir una serie de instrucciones que debía hacer con los ojos cerrados.

De pronto me sentí en un lugar frío, el semblante me pesaba. La bruma era densa y el simple hecho de estar ahí me deprimía. No sé cómo era eso posible, pero me deprimía de modo que deseaba ser todo menos un ser mortal que siente. Así es, quería morir de inmediato.

A lo lejos la vi, tenía este atuendo muy peculiar, nada parecido a los que describen las personas. Más bien parecía un traje estilo de Elton John muy entallado, ya se imaginarán cómo se veía. Se acercó un poco a mí y me puse nervioso.

En ese instante me acordé que había hecho una lista de las preguntas que había venido a hacerle. Las preguntas que siempre quise que me respondieran. Saqué la hoja, pero al momento de pronunciar la primera palabra, ella me interrumpe diciendo:

-Todas las preguntas que tienes ahí son inútiles, no tienes por qué saberlas. - dijo. Su voz sonaba como la de un transformer combinado con la de un señor de unos sesenta y ocho años aproximadamente, uno más bien enfermo de la garganta.

-Oh, entonces, ya no sé qué más decir - le dije monótonamente. De veras que me sentía deprimido en ese lugar.

- Te puedes marchar, entonces. - dijo, y luego se alejó hasta perderse en el fondo del lugar que nunca pude identificar. Después de un rato le grité, justo antes de desaparecer:

-Faltará mucho para que muera? - La muerte se volvió y mostró con su mano extendida todos sus dedos; luego se giró y se perdió para siempre. Mi piel se erizó de pies a cabeza. Nunca supe el significado de aquello.

martes, 12 de octubre de 2010

Soplidos

Con un soplido y un deseo se forma una burbuja. Pasea por los cielos, deseando ser vista. Pero cuando su frágil ser es tocado, el deseo se disipa por los aires creando un sentimiento de querer volver a soplar.

Haiku

El viento cuenta
Unos vagos secretos
Callado escuchas

Palabras...


Nacen al ser pronunciadas,

Y mueren al mismo tiempo.

Sonidos, símbolos que pueden halagar

De igual manera que pueden destruir.

Transforman una insípida idea

En una imagen de mil sabores.

Se esfuman cual polvo de hadas en el bosque,

Pero hay unas que se impregnan

Como el olor de un buen cigarro en la ropa.

viernes, 8 de octubre de 2010

Azul

Sutil como una pluma; inmenso si te le quedas observando mucho tiempo.
Como un jalón de cabello cuando es muy chillante, pero cuando los ojos se acostumbran, es una dosis de droga que satisface mis sentidos.
Transmite paz para unos, a otros tristeza. Yo digo que es infinito; algo que se escapa si no lo agarras con fuerza.
Una señal de que aún existe algo más allá.

Querido...


Ángel:

Apúrate, que Dios te está esperando.

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Demonio:

Se la creyó. Ya va para allá.

Profecía del 2067

Señor Presidente de los Estados Unidos.

Es mi deber informarle acerca de algo que le incumbe, ya sé que me tomará como una loca más solicitando su atención, pero me temo que el caos acaba de comenzar.
Mucho humo. Un poco de ácido... nada grave.
Los números no fallan, estoy segura de que será ese año, lo sé. 2067, lo he confirmado con la posición de los astros según las estadísticas de los físicos; para entonces ya estarán en posición los planetas y se hará la colisión.
Además ya varios OVNIS pasaron por la Tierra dejando esas noticias en los campos de maíz... Ingenuos, ¿qué no saben que no habemos muchas personas que los vemos? Claro que lo saben, por eso lo hacen.
Calculo que seremos unos 23,000. Se me hacen las personas suficientes para comenzar de nuevo, más aún si son personas que valgan la pena.
Cada día una catástrofe nueva. Cuando eso suceda, recordaremos ese libro que tantos negaron y que muchos otros alabaron... sí, ese libro que tiene diferentes nombres para cada asociación de crédulos, perdón, cada religión.
Atlántida resurgirá, claro. También las pirámides que se encuentran debajo de algunas iglesias. Ya habrán pasado varias guerras, epidemias y otras cosas que habrán hecho de la raza humana una especie más resistente que la cucaracha. Cosa que si estuvieran algunos científicos de otras eras vieran, nunca lo hubieran imaginado. Así es, la raza humana será entonces de las más poderosas de la galaxia.
Habrá guerras intergalácticas, por supuesto, pero eso será en los últimos años, cuando la Tierra ya se esté desintegrando por el ácido que desprenderá el Sol que se irá haciendo más y más pequeño.
Ya sé, ya sé, yo también creía en los mayas. Eso de ascender a otro nivel de consciencia y de comenzar desde cero en un mundo hermoso sin materialismo, pero mis visiones no fallan y estoy segura de que volveremos a empezar en algo así como una matrix más futurista alimentándonos como si fuésemos una especie de androides con forma de humanos mejorados.

Sin más que decir, querido presidente, espero que su gobierno por fin saque a la luz esos documentos que tanto tiempo ha tenido escondido. Usted sabe de lo que hablo.

Atentamente
Profeta anónima.

Epitafio

Aquí yace una mujer con complejo de navaja suiza. Melómana de corazón, amiga y consejera.

jueves, 7 de octubre de 2010

Vino de Magnolias

Cuenta la luna, que me pidió que divulgara, la historia de una mujer cuyo conocimiento, no salía más allá del horizonte. Se llamaba Rubí.

Pocos sabían de ella, pero la luna, la conocía mejor de lo que creía. Decía que salía de su casa a tomar el té en una mesita de madera carcomida; ella siempre elegante, como si esperara a alguien en especial.

Los lunes colocaba una cruz muy extraña fuera de su puerta, pues creía que eso asustaba a los corredores de bienes raíces. ¿Por qué? No tengo idea. Algunos creen que era porque no le gustaba el protocolo de plática que llevaban.

Pero había algo más peculiar en Rubí, y sucedía los miércoles. Las personas la veían pasar por las calles del mercado con prendas negras al estilo del siglo pasado, con un ramo de flores junto con una botella de vino y una copa.

Las mujeres no le calculaban más de treinta y sin embargo, suponían que iba a visitar a su esposo difunto al panteón. Otras no creían que fuera viuda, es más, no imaginaban siquiera que se hubiese casado, a pesar de su extraña belleza que algunos afirmaban. Otros suponían que iba a tomar fuerzas demoníacas porque la tachaban de hereje por tener una gata negra siempre fuera de su puerta. Los niños decían que iba a ofrecerle vino a los muertos para pasar el rato, ya que no tenía amigos.

La verdad era que Rubí le iba a dejar flores y vino a un hombre que en un tiempo atrás era un escritor. Iba todos los miércoles del mes. La oscura razón por la que la bella Rubí se vestía de luto a dejarle flores y licor a Ernesto, su (ex) tutor de literatura, era porque una semana antes de fallecer, le había prometido que la próxima sesión de literatura le traería su libro de vuelta; un libro que Rubí le había prestado meses atrás.

¡Ay Rubí! Tan materialista; no se le ocurrió jamás que Ernesto la amaba, por su peculiaridad en la escritura y su risa graciosa que sonaba ronca. Pero Rubí no suponía más de el que su simple tutor de literatura, cuyo deber era el de instruirla.

No conocía el amor; no conocía el dolor. Solamente sabía que debía regresar en algún momento, pues nadie duerme para siempre.

-Pero, ¿por qué en el cementerio?, ¿qué no es obvio que ahí habitan los muertos? – pregunté.

Pues es que hace tiempo el Padre Eugenio le había dicho que era el momento de que comenzara su descanso en el cementerio. Entonces Rubí creyó que Ernesto no demoraría mucho, sin embargo, veía que todos vestían de negro en ese lugar y traían flores que colocaban en aquellas piedras, entonces los imitó, y además trajo consigo vino, supongo que para ser original. Desde entonces, Rubí va a visitar la tumba de Ernesto cada miércoles, siempre esperando que por fin le devuelva su libro, mientras que por su ingenua cabeza jamás pasara la palabra matrimonio.

martes, 5 de octubre de 2010

Amanecer


Me provoca calor. Los rojos con los amarillos se juntan en el medio dando un tono naranja como el del árbol de naranjas de la vecina de al lado.
Mis ojos parecen un pincel fluido de un artista de Paris en primavera, dibujando las ondulaciones azules de hasta arriba, como olas en el cielo. Los árboles adornan las esquinas y el sol se va elevando, haciendo que los tonos rojos giren en espiral hasta volverse en ese tono azul violáceo que me recuerda a mi bufanda de noviembre.
Ya amaneció y el sol brilla con una luz cegadora, que muchos dicen amarilla, otros blanca, pero de todos modos, calienta. A lo lejos, el mar que se va iluminando y poco a poco deja ver sus esplendores de mil azules que nos trae cada día, a la misma hora.

Excusas, excusas...

Alejandro ya se había hartado de escucharme y comenzó a evitarme hace unos días. Le había contado todo acerca de ella, mi amada, mi musa... desde el primer instante que me miró en la entrada de la escuela, cuando me fue a preguntar hacia dónde eran su salón de matemáticas, hasta la última tarde que nos cruzamos por la biblioteca y me sonrió porque se había tropezado con una botella de plástico hace dos días.

Gabriela se había vuelto mi primer pensamiento por la mañana y el último de la noche; no sacaba su apariencia esbelta y uniforme de curvas bien formadas y de piel bronceada, que al contraste con sus dientes, blancos como la nieve, resaltaba su color dorado cuando se acercaba al sol. Su olor inconfundible, su risa y su voz aguda como la de una niña de doce, se habían vuelto un método de localización instantánea en el momento que estaba cerca.

Muchas veces intenté hacer conversación con ella, preguntarle cómo está, decirle lo hermosa que lucía con su peinado repetido... cualquier cosa que se me viniera a la cabeza en ese momento, pero sabía muy bien que al momento que quisiera decírselo, no iba a poder hacerlo, pues con tan solo verla, mi voz se hacía débil y las únicas palabras que salían de mi, eran las frases comunes de cortesía.

Intenté hacerme amigo de sus amigas, pregunté acerca de ella a sus profesores, traté de investigar en dónde se encontraba y a qué horas para "casualmente" encontrarme con ella y nos saludáramos... pero eso no era suficiente para mi.

Hablé de esto con mis amigos, a los que ya tenía hartos. Me decían que fuera por ella, pero siempre tenía excusas para no atreverme de una vez. Muchas veces intentaron animarme con decirme que había varios muchachos detrás de ella aparte de mi, pero me inundaba un miedo terrible del rechazo voraz de una dulce mujercita que me inspiraba tanto amor y ternura con una mirada.

Mi tiempo se agota, y mis esperanzas con él. Ensayé durante días una conversación imaginaria que tuve con mi hermana, y me siento cada vez más listo para dar el golpe final: declararle mi amor el día de su cumpleaños. Ya me veo a mi mismo diciéndole lo mucho que espero que me acepte, de lo mucho que la deseo todas las noches junto a mi... pero aún falta un poco, mientras tanto, seguiré ensayando.

viernes, 1 de octubre de 2010

Jacaranda


Ondulaciones interminables
Dibujan el mapa de su vida;
Terminando en una corona
Delicada como las mariposas.

Obstáculo es placer

Me estremezco de emoción de sólo pensar en cómo disfruto mi trabajo.
Fácil, divertido... malvado. Lo más maravilloso es que lo único que tengo que hacer, es estar presente. Son como vacaciones dentro de un cuerpo.
Mi lugar favorito es la cabeza; la vista es muy bonita desde allí. Ah, claro, pero qué descortés, mi nombre es Dolor. Sí, Dolor; el dolor de todos lados, desde la punta de los pies, hasta el último centímetro de cuero cabelludo.
Mi magnitud depende de muchas cosas. Hay veces que puedo ser un obstáculo enorme si me ponen de mal humor. Otras veces suelo aparecerme en el momento más inesperado e inoportuno, cosa que me causa mucha diversión.
Me causa un implacable placer cuando escucho los gritos de los humanos al querer desaparecerme con intentos inútiles al presionar con fuerza el lugar donde me encuentro. Pero, ah, pobre de mí cuando me enfrento a mis enemigos: los antibióticos. Maldita sea la hora en que esa atrocidad pisó este mundo, porque cuando me llega mi momento, me hundo en un horrible agujero de soledad, donde me esfumo para siempre... o al menos eso es lo que creen.