viernes, 22 de octubre de 2010

En trance mortal


Había esperado ya varios días hasta que por fin me llamaron. Ya era hora de mi audiencia con la muerte.

Mis familiares me habían dicho que no fuera a hablar con ella, pues temían de que ya no volviera. Supersticiosos; había sido mi sueño desde que era pequeño: hablar con la muerte que ha sido y sigue siendo la razón de temor más grande entre los mortales.

Me vestí elegante, nada muy ostentoso. Me puse la colonia de mi padre, para no lucir tan novato y me fui a esperar abajo en la sala, donde se supone que mandarían al hereje que me conduciría a la muerte por medio de una meditación.

El viejo llegó y se acomodó en la sala y comenzó a humearme con un incienso que apestaba a plantas quemadas y comenzó a rezar en latín o algún dialecto muy extraño. El punto era que después me comenzó a decir una serie de instrucciones que debía hacer con los ojos cerrados.

De pronto me sentí en un lugar frío, el semblante me pesaba. La bruma era densa y el simple hecho de estar ahí me deprimía. No sé cómo era eso posible, pero me deprimía de modo que deseaba ser todo menos un ser mortal que siente. Así es, quería morir de inmediato.

A lo lejos la vi, tenía este atuendo muy peculiar, nada parecido a los que describen las personas. Más bien parecía un traje estilo de Elton John muy entallado, ya se imaginarán cómo se veía. Se acercó un poco a mí y me puse nervioso.

En ese instante me acordé que había hecho una lista de las preguntas que había venido a hacerle. Las preguntas que siempre quise que me respondieran. Saqué la hoja, pero al momento de pronunciar la primera palabra, ella me interrumpe diciendo:

-Todas las preguntas que tienes ahí son inútiles, no tienes por qué saberlas. - dijo. Su voz sonaba como la de un transformer combinado con la de un señor de unos sesenta y ocho años aproximadamente, uno más bien enfermo de la garganta.

-Oh, entonces, ya no sé qué más decir - le dije monótonamente. De veras que me sentía deprimido en ese lugar.

- Te puedes marchar, entonces. - dijo, y luego se alejó hasta perderse en el fondo del lugar que nunca pude identificar. Después de un rato le grité, justo antes de desaparecer:

-Faltará mucho para que muera? - La muerte se volvió y mostró con su mano extendida todos sus dedos; luego se giró y se perdió para siempre. Mi piel se erizó de pies a cabeza. Nunca supe el significado de aquello.

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