miércoles, 29 de septiembre de 2010

Diario de una sombrilla

15 de septiembre de 1984:

Parecía que Mandy tenía una fiesta la noche anterior, pues se había puesto su vestido azul con las flores deformes que tanto le gustaba.
Habían comenzado las lluvias hace poco y decidió llevarme a mí esa noche, ya que era más acercado al color azul grisáceo de su vestido que mis otros amigos paraguas dentro del baúl donde nos mantenía custodiados.
Salimos y la lluvia era tranquila. Cuando llegamos a la casa de su amiga Karen Villaseñor, una jovencita rica, del tipo de personas con las que alguien como Mandy le gusta juntarse, me colgó junto a la mesa del florero persa.
Desde ahí veía a los amigos de Mandy reir, beber y charlar. Parecía divertido, pero yo tenía otros intereses.
Me limité a mirar el florero. Tenía unos alcatraces. Al fondo del pasillo, había una puerta muy peculiar; a esa puerta he querido entrar desde la primera vez que visité la casa de los Villaseñor. La puerta era vieja con un cerrojo antiguo. Pero inmóvil, solo continuaba mi deseo.
De seguro jamás se cumplirá, pues para ella, Mandy, no soy más que un simple ornamento que le sirve para cubrirse su delicada piel que sus amigas tanto envidian...
En fin, supongo que me conformo con aquél florero persa.

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