viernes, 24 de septiembre de 2010

Funeral a Salvador

Su piel gélida y perfecta había sido tallada por Jeohvah mismo con el agua sagrada que portaba en su copa que había sido congelada años atrás.

De cabello rizado y ojos amarillos como de felino salvaje y una sonrisa que incluso envidiaba Afrodita, Salvador era mi ángel, amigo y consejero.

Sus alas imponentes, llenas de poder en cada aleteo, me hacían sentir que era un guerrero enviado por Gabriel.

Su piel traslúcida, perfecta. Me asustaba tocarlo por temor a romperle. Pero bajo esa capa de hielo, había un alma firme y llena de color.

Pero tanta cualidad no fue suficiente para mis temores contra los que luchaba. Ya habían sido demasiadas pesadillas desde el verano pasado, y yo ya sabía que no duraría mucho. Y una noche, pasó. Me encontraba sudando frío, de nuevo por la pesadilla nocturna, pero en esta ocasión, despierté y ví a Salvador en pedazos. Mi ángel estaba roto.

Todas mis esperanzas de volver a ser feliz, repartidas en cada trozo de hielo de mi cuarto. Los junté todos, pero al tocarlos, se derritieron en pequeñas gotas que ascendían en espiral de nuevo al Edén y regresaban a aquella copa de donde había salido.

Todo había acabado. Me senté a llorar sin consuelo y a lo lejos se escuchaba Greensleeves en mi cajita musical. La canción que tarareaba para mí desde que era pequeña.

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